lunes, 23 de mayo de 2011

Liza - Hunter Headen.



Viernes 26/14/11 Diario

LIZA.

Esta noche ha invadido mis recuerdos, aquella mujer que con tan solo una mirada, encendió fuego dentro de mí.

Me encontraba en el café de la esquina, donde suelo desayunar. Estaba a punto de terminar mi dona y marcharme, cuando la vi entrar. Lo primero que vi fueron sus caderas, estrechas, que se meneaban con cada paso. Sus piernas largas cubiertas por un pantalón de cuero negro ajustado. Una blusa suelta que ocultaba hasta el último centímetro de su pecho. Sus labios color sangre, y su pelo negro perla.

La belleza de aquella mujer me dejo atónito. Se deslizó al mostrador con un suave caminar, perfecto, a pesar de llevar en sus pies, altos zapatos color crema.
No tardó en mirarme a los ojos. Sostuvo mi mirada por diez segundos, cuando se acerco a mi mesa.

-Espero que no hayas terminado ya, no quiero desayunar sola.
Eso no termino ahí, para que describir lo que sucedió esa noche. Nunca estos ojos vieron mujer tan bella.

Mi gran temor, mi pesadilla, se hizo realidad una semana después.
Llegó a casa de su trabajo. Siempre me visitaba al anochecer. Estábamos terminando la cena para luego dirigirnos al cuarto, cuando sus ojos se desviaron de los míos mirando fijo al sillón.

Me maldije mil veces cuando me percate de lo que miraba. Sobre el sillón estaban mis cuchillos, aún manchados en sangre. Estaba también el pequeño bollón con la falange de quien acababa de asesinar. Todo estaba perdido.

Ella se levantó y dirigió su caminar al sillón. Tomó el cuchillo, y un par de navajas.

Sus ojos lucían distinto, un brillo particular se desprendía de ellos ahora. Se acercó a mí con una sonrisa dibujada en sus labios rojos sangre. Me tomo de la mano invitándome a salir.

¿A donde me llevaba? Podría ser a la comisaría.

Asesinamos a un hombre esa noche. Me encargué de atarlo, y ella dio el primer corte, mientras deslizaba la navaja por su pecho, haciendo caso omiso a los gemidos del mismo, me dijo: “¿Es el destino el que junta dos asesinos?” -“No lo sé” le respondí.
Su mano no tembló con el golpe final. Su experiencia era mayor a la mía. Y cuando la navaja dio un giro perfecto al cuello de nuestra víctima me dijo, con voz grave, similar a la de un varón: ¿que crees Hunter?... ¿nuestra relación será destructiva?

Al año nos separamos... sus ojos comenzaron a brillar al verme.

Hunter Headen, 4:23 AM.

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